Bilbao, día gris, lluvioso, tanto que las manos se me congelan con cada gota que roza mis manos.
Entro en el metro y ahí estás tú, empapada pero con una sonrisa que irradia felicidad, me senté en uno de los vagones, quizá tuve suerte, quizá fue casualidad o por causa del destino, pero te sentaste a mi vera.
El olor que salía de tu cuerpo me incitaba a mirarte, me quedé plasmado observando tu silueta, por un momento me miraste, me hiciste una pequeña mueca y me empecé a sonrojar.
Siguiente estación, son 3 minutos más para admirar tu belleza, intento mirar por la ventana para no volver a recordar tu rostro, pero ahí te encuentras, en su reflejo, te observo y en él veo que me miras, desde mi peinado hasta la talla de mis zapatos, te miro para ver tu reacción y al verme apartas la mirada sonrojada, yo con una sonrisa te observo, el tren se para, una parada más y tú sigues ahí, quieta, observando por el reflejo de la ventana mi flamante sonrisa, lo que no sabes es que me encontraba mirando tu suave y brillante cuello, todo a causa de la lluvia, gracias a ella tuve el deseo de pecar.
Próxima parada, es la mía, quería quedarme impregnado de tu olor, tu belleza y tu radiante sonrisa, entonces me miraste... estuvimos 5 segundos sin pestañear mirándonos a los ojos, los 5 segundos más largos y placenteros de mi vida y entonces... ambos apartamos la mirada con timidez.
Me levanto, y cuando voy a abrir la dichosa puerta echo una última mirada.. y si, estabas mirando.
Nos dijimos adiós con esa mirada o puede que un hasta pronto, quién sabe, pero lo único que sé es que en un día gris siempre hay un rayo de sol que hace que tu vida sea maravillosa.